El 9 de julio, día de nuestra Declaración de Independencia, no es una fecha para la nostalgia. Por el contrario, es una muestra del coraje que se necesita para proclamar y sostener la existencia política de un pueblo frente a las potencias que quieren someterlo. Tan simple como repasar los riesgos que pendían sobre la patria en aquel momento.
209 años de nuestra Independencia
Los que se arrodillan el 4 y los que festejamos el 9

Existe una minoría oligárquica en la Argentina que festeja con mayor ímpetu la independencia norteamericana el 4 de julio que la independencia nacional el 9. Sin embargo, con la frente en alto y el orgullo indeclinable de ser hijos e hijas de este maravilloso país, honramos con el cuerpo y el alma las palabras de Evita: la Patria dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus ruinas. ¡Viva la Patria! ¡Y liberen a Cristina!
Después que Fernando VII recuperara el trono en 1814 y comenzara la “reconquista española”, solamente quedaban en pie las Provincias Unidas del Río de la Plata, y se encontraban en grave peligro. Luego de la catastrófica derrota en la batalla de Sipe Sipe, el 29 de noviembre de 1815, que supuso la pérdida de muchas provincias del Alto Perú, las probabilidades de emancipación estaban finitas y, presos del posibilismo, muchos dirigentes aspiraban a negociar con los realistas un protectorado borbónico. Ofertando la dignidad nacional se aseguraban evitar la lucha. Pero los patriotas pudieron más. En el norte, Martín Miguel de Güemes y sus “infernales” defendían heroicamente la frontera; y en el Cuyo, José de San Martín reclutaba a las tropas para el Ejército de los Andes, y exigía declarar la independencia como condición para llevar adelante las campañas de Chile y Perú. Decía en sus cartas que el resultado del Congreso de Tucumán le importaba “más que todo”. Desde Mendoza le escribe a uno de los enviados de su provincia, Tomás Godoy Cruz:
¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! No le parece a usted una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos. ¿Qué nos falta más que decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo? Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos (...) Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas.
Había que decidir ser libres, asumirlo y actuar en consecuencia. Ajustar las palabras a las acciones y al pensamiento.

La situación era crítica: nuestro territorio estaba dividido por el conflicto que mantenían el Directorio, con sede en Buenos Aires, y la Liga de los Pueblos Libres, liderada por José Gervasio de Artigas y compuesta por las provincias de la Banda Oriental, Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba -la única en enviar diputados al Congreso-, que ante la indiferencia porteña estaban ocupadas en detener la invasión portuguesa sobre el Litoral.
Fue en medio de esta fragmentación que “declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli”.
No había, sin embargo, ninguna claridad sobre la forma de gobierno ni sobre el diseño constitucional, por lo que, ante las presiones para gestionar un monarca europeo, el diputado Pedro Medrano propuso el 19 incorporar a esa fórmula la cláusula “y de toda otra dominación extranjera”.
Por su parte, Manuel Belgrano sugirió designar un rey que procediera del linaje de los Incas, para poder incluir al Perú dentro del nuevo Estado, que debía tener capital en el Cuzco. La propuesta fue tratada con desdén por los subordinados al Directorio y el destino del Congreso fue sentar las bases de una Constitución de signo unitario y aristocrático, que sería papel mojado en un país de raigambre federal. También probó con una misión especial de Valentín Gómez para lograr el reconocimiento de Francia y Gran Bretaña. Nación, esta última, que recién admitiría nuestra soberanía una vez que quedáramos endeudados con ella, tras el infame empréstito de la Baring Brothers.

La independencia nacional no fue algo resuelto un día sino parte de un proceso de disputa entre intereses contrapuestos que todavía sigue en curso. Bernardino Rivadavia, por ejemplo, al cumplirse el décimo aniversario, definió que el 9 de julio se celebrara junto con el 25 de mayo, porque “la repetición de estas fiestas irroga perjuicios de consideración al comercio e industria”. Otra entidad le dio a la fecha el presidente Juan Domingo Perón, cuando el 9 de julio de 1947, también desde San Miguel de Tucumán, declara la independencia económica de la República Argentina, para completar la independencia política que decretaron nuestros próceres. “La Nación alcanza su libertad económica para quedar, en consecuencia, de hecho y de derecho, con el amplio y pleno poder de darse las formas que exijan la justicia y la economía universal en defensa de la solidaridad humana”, postulaba el acta.
Tan evidente es este contraste que existe una minoría oligárquica en la Argentina que festeja con mayor ímpetu la independencia norteamericana el 4 de julio que la independencia nacional el 9. Pudimos comprobarlo hace algunos días, cuando vimos a toda la derecha mafiosa reunirse a brindar en la Embajada de Estados Unidos. No faltó ningún cipayo.

Estaba la plana mayor del gobierno: el coach periodístico Santiago Caputo, su primo “Toto” el endeudador serial, la Señora Violencia Patricia Bullrich y el ex sciolista y albertista Guillermo Francos. Estaba además el cagón y amigo de narcos José Luis Espert, el fracasado de Diego Santilli y el magnate inmobiliario Cristian Ritondo, que se compró 72 departamentos con dólares sin declarar. Se lo vio sonriendo al jefe de todos, Héctor Magnetto, brindando el fin de la democracia argentina; y a un pelotón de esbirros judiciales. Estaba la tropa que condenó a Cristina en la causa vialidad: el viajante de Lago Escondido, Julián Ercolini; la pareja de pádel de Macri, Mariano Borinsky; uno de los miembros del tribunal del Liverpool, Andrés Basso, y el interino Eduardo Casal. Estaba María Eugenia Capuchetti, la que se negó a investigar quien mandó a matar a Cristina y Sandra Arroyo Salgado, que persigue y encarcela militantes para congraciarse con el poder. Todos juntos, la banda del “cárcel o bala”, el único programa político de la derecha argentina para la crisis que atravesamos.



El antiperonismo los cría y la Embajada los amontona. Frente a esta incurable vocación de colonia, decía Cristina durante su primer 9 de julio como presidenta, en el año 2008:
“Yo quería, en este 9 de julio, a poco de los doscientos años de aquella gesta patriótica, reflexionar junto a todos ustedes: ellos pudieron; ellos, que tenían menos recursos, que para llegar a un lugar debían viajar días y días; ellos, que se enfrentaron a los ejércitos más poderosos del planeta y uno a uno los vencieron. En nombre de esa valentía, en nombre de esa historia, la verdadera, la que no nos cuentan tal vez pero que intuimos que fue hecha por hombres y mujeres de coraje, los quiero convocar hoy desde aquí a todos los argentinos, desde el Tucumán, como hace 192 años, a construir esta nueva independencia, la del país de la producción, del trabajo, de la educación, de la salud, del desarrollo social y de la inclusión en una América del Sur unida, solidaria e integrada”.
Existe una minoría oligárquica en la Argentina que festeja con mayor ímpetu la independencia norteamericana el 4 de julio que la independencia nacional el 9.
Siete años más tarde, el 9 de julio de 2015, el último que tuvo como presidenta, resaltaba Cristina:
“Hoy un diario recordaba la frase y, más que la frase, la presión que metió Belgrano sobre este congreso de la Casita de Tucumán, porque hay que contar la historia no solamente de Billiken, hay que contar la historia como pasó. Dudaban con declarar la independencia, dudaban, tenían miedo (...) ¿Y saben qué es lo más importante de estos 12 años? Que les hemos demostrado a los argentinos, a los 40 millones, a los que nos quieren y a los que no nos quieren que no era cierto, que se podían hacer las cosas que decíamos que había que hacer para reconstruir la dignidad y liberar la patria y que la patria iba a caminar y que la patria iba a producir y que la patria iba a estudiar y educar, hacerles las casas como el PROCREAR o los planes de vivienda, que iba a permitir que los jubilados tuvieran una jubilación digna, que iba a permitir que los jóvenes pudieran contar con un ingreso para estudiar. Todo eso decían que no se podía hacer. Y mientras decían que no se podía hacer, endeudaban y endeudaban el país, endeudaban en la bicicleta financiera pagando tasas que no existían y entonces la plata entraba en esa rueda. Mientras tanto, los argentinos sin trabajo, sin casa y en la banquina. Estos 12 años han demostrado que los que mentían eran ellos, que nosotros teníamos razón (...) Y quiero seguir con la lectura de este diario que recordaba esta frase maravillosa de Manuel Belgrano, cuando había dudas de declarar o no la independencia, Belgrano dijo ‘o levantamos los brazos para votar la independencia o van a venir por nuestros cuello y pescuezo’. Y esto lo tenía claro: no se trata de ideología, no se trata de dogmas, se trata del más crudo pragmatismo. Si los argentinos no cuidamos lo logrado, si los argentinos no defendemos lo que hemos construido en estos 12 años, van a intentar volver con políticas neoliberales”.
En efecto, la derrota del campo popular en el 2015 significó el retorno de las políticas neoliberales, con un presidente como Mauricio Macri que, en el bicentenario de la independencia, se disculpaba con el “querido rey” y hablaba de la “angustia” de los patriotas aquel 9 de julio. Desde entonces hemos tenido gobiernos que fueron débiles con las potencias y el gran capital pero se dedicaron a meterle miedo a la gente y a restaurar la “cultura del no se puede”.
Nos han endeudado y nos han perseguido, pero no nos han humillado ni hecho arrepentir. La firmeza y entereza de Cristina es un certificado de dignidad frente a los jueces y fiscales corruptos y es, también, un mensaje de aliento y empoderamiento para todos los argentinos y argentinas, para que recordemos que, a pesar de las dificultades, no tenemos miedo, como no lo tuvieron Belgrano, Güemes o San Martín en 1816. En San José 1111 la Patria vive y resiste. Como dijo Cristina hace 10 años:
“No importa el juicio de los diarios, no importa el juicio de las radios o de la televisión, lo que importa es el juicio de la historia”.
Feliz día de la independencia, compañeros y compañeras. Con la frente en alto y el orgullo indeclinable de ser hijos e hijas de este maravilloso país, honremos con el cuerpo y con el alma las palabras de Evita: la Patria dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus ruinas. ¡Viva la Patria! Y liberen a Cristina.
