Opinión

Adiós a Francisco

El Papa que hizo lío contra la injusticia

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Primer Papa jesuita y no europeo de la historia. Argentino gracias a Dios. Desde el Vaticano denunció las injusticias del sistema económico global, promovió una Iglesia cercana a los pobres y puso en agenda la crisis migratoria, la emergencia climática y la desigualdad estructural. Su pontificado deja una marca profunda y seguirá inspirando la construcción de una sociedad más justa.

por Florencia Recalde *
21 abr 2025

Se fue en paz. Con el cuerpo debilitado, pero con el alma firme. En sus últimos días no se recluyó, no buscó descanso. Al contrario, eligió el testimonio. Hizo lo que sentía, a su manera: nombró a una mujer para un cargo clave en el Vaticano — La monja Raffaella Petrini, primera mujer en ocupar ese cargo clave históricamente reservado a cardenales — caminó entre la gente, se vistió de civil, visitó presos, habló de Gaza, acompañó a los enfermos y hasta tuvo el coraje de decirle en la cara al poder mundial lo que pensaba sobre los migrantes y los descartados.


Lo hizo todo con templanza, sin estridencias. Mostró en sus gestos finales la misma fe profunda que sostuvo toda su vida. Hoy, con el corazón en la mano, muchos nos lamentamos por no haber valorado como se debía este tiempo de gracia que fue tenerlo entre nosotros.




Francisco no fue sólo un Papa. Fue un hermano mayor en tiempos de confusión.

Fue argentino, y eso no es un detalle. Fue del pueblo, con los pies en la tierra y la mirada en los más humildes. Habló cuando otros callaban. Abrazó cuando el mundo empujaba. Sembró puentes donde sólo quedaban ruinas. Nos enseñó que el Evangelio no es una doctrina seca, sino una fuerza viva que empuja a amar al prójimo, a cuidar la casa común, a buscar un modelo de desarrollo donde el ser humano no sea devorado por el mercado. En tiempos de codicia, habló de solidaridad. En tiempos de exclusión, insistió en la dignidad de cada vida.



Fue argentino, y eso no es un detalle. Fue del pueblo, con los pies en la tierra y la mirada en los más humildes. Habló cuando otros callaban. Abrazó cuando el mundo empujaba. Sembró puentes donde sólo quedaban ruinas. Nos enseñó que el Evangelio no es una doctrina seca, sino una fuerza viva que empuja a amar al prójimo, a cuidar la casa común, a buscar un modelo de desarrollo donde el ser humano no sea devorado por el mercado. En tiempos de codicia, habló de solidaridad. En tiempos de exclusión, insistió en la dignidad de cada vida.


A los jóvenes les pidió que no se resignen. Que hagan lío, que se animen a cambiar las estructuras injustas, que no esperen permisos para luchar por un mundo mejor. Fue claro: “no hay que apurarse a ocupar espacios de poder, sino trabajar con constancia en los procesos verdaderos. Porque el tiempo es más grande que el espacio”, manifestó.


Francisco nos habló del corazón, no como metáfora vacía, sino como lugar real donde cada persona elige quién quiere ser.





En este mundo líquido, frío y hostil, él fue voz cálida, fue dirección, fue testimonio.

Nos queda su ejemplo. Nos queda su palabra. Nos queda su mirada de pastor que supo ver al que nadie quería ver. Y nos queda su raíz: argentino, del sur del mundo, hijo de inmigrantes, jesuita de a pie, que nunca se despegó de sus orígenes. Él probó que desde esta tierra, tan golpeada y a la vez tan luminosa, también se puede abrazar al mundo entero.


Desde Ituzaingó y todos los barrios del Conurbano Bonaerense te decimos: ¡Gracias Francisco! Te vamos a extrañar. Y también vamos a seguir caminando. Como vos nos enseñaste: con esperanza, con coraje, y siempre haciendo lío.


*Militante de La Cámpora.