Hace 51 años que todos los 11 de mayo cientos de personas se congregan en la Iglesia San Francisco Solano y en la Parroquia Cristo Obrero en la Villa 31 para recordar y homenajear a Carlos Mugica. Se trata del día en el que fue asesinado al término de una misa en la aquella parroquia de Villa Luro de la Ciudad de Buenos Aires.
No existen tantos argentinos que sean dignos de semejante homenaje prolongado en el tiempo. Y eso es porque el Padre Carlos Mugica dejó una huella indeleble en el corazón del pueblo peronista, del pueblo villero.
Carlos nació en una familia acomodada de la aristocracia argentina y cursó sus estudios en el Colegio Nacional Buenos Aires. Su entorno familiar y social era claramente antiperonista, pero luego de entrar al Seminario Metropolitano de Villa Devoto comenzó a conocer a curas que mostraban enorme compromiso por los otros y que, además de llevar la palabra de Dios a los feligreses, recogían las palabras y el dolor de los más vulnerados.
Fue así que, como seminarista, comenzó a visitar los conventillos cercanos a la Parroquia Santa Rosa de Lima de Balvanera, en la Ciudad de Buenos Aires.
Los sectores más humildes hacían, en parte, responsable a la Iglesia por la caída del General en 1955. Éste hecho lo conflictuaba mucho y transformó para siempre el pensamiento de Carlos Mugica respecto del peronismo.
Por aquellos años, además, se desarrollaron dos eventos centrales que sacudieron la propia estructura de la Iglesia Católica: el Concilio Vaticano II, en el que se vislumbraba una nueva tendencia dentro de la propia estructura eclesiástica, desde la que se instaba a la Iglesia y a sus representantes a “aggionarse” al mundo moderno; y la Conferencia de Medellín, desde la que cientos de sacerdotes de América Latina ponían de manifiesto el compromiso de una parte de la Iglesia con los pobres y cómo actuar sobre las causas de dicha pobreza.
La traducción de todos esos grandes cambios a nivel global tuvo su correlato en nuestro país con el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo que reunió a centenares de curas de todo el país que se inclinaron por una Iglesia con un fuerte compromiso con los más pobres. Muchos de ellos como Vernazza, Ricciardelli, Bresci y el propio Mugica se mudaron a las Villas y armaron capillas desde donde comenzar a luchar contra las estructuras que generan desigualdad.
Como sabemos, Carlos Mugica se radicó en la Villa 31. Su obra allí fue monumental. El amor del pueblo villero se puede apreciar en los testimonios fotográficos y audiovisuales, en los que siempre se lo ve entre los vecinos y las vecinas, caminando las calles que aún eran de barro.
Es emocionante caminar hoy en día por los pasillos y calles de la Villa 31 (hoy Barrio Padre Mugica). En cada sector, en cada manzana, en cada comedor, en cada capilla existe un mural, una placa o una foto de Carlos Mugica. 51 años después de que lo acribillaran, su rostro sigue siendo el rostro de la Villa 31. El amor permanece intacto. Eso denota la relevancia de su obra y de su mensaje.
Los peronistas que ejercen la justicia social siempre tienen un lugar en el corazón del Pueblo, como los legados de lucha y de fuerte compromiso con los que menos tienen; y el Pueblo, a su vez, se los reconoce, como sucede cada 11 de mayo con el Padre Carlos Mugica.