¿Por qué El Eternauta es el símbolo de los nuevos jóvenes y también de los veteranos como el que escribe esta nota?
Oesterheld nace en 1919. Fue el maestro de nuestra generación. De la generación que creció durante los años cincuenta. Hizo las mejores historietas de esos años. Primero en la revista Misterix, luego en Hora Cero y Frontera.
¿Qué significa (hoy) El Eternauta?

El Eternauta fue el símbolo de esa “generación diezmada” que Kirchner mencionó en su primer discurso, y los jóvenes de hoy lo saben y han decidido que también sea el de ellos.
Sé que esto no significa nada para el político joven que lo desconoce todo, que gobierna la “cultaˮ Ciudad de Buenos Aires. El hijo de un sólido hombre de negocios que ha acumulado una fortuna tan enorme que puede imponerlo todo o casi todo. Aunque, según creo, no se siente muy orgulloso de su vástago, de su eterno recién venido al mundo, que ni hablar sabe, ya que tienen que soplarle al oído lo que debe decir. Detengámonos en este aspecto de la personalidad del joven Macri: a él le soplan al oído porque ignora el ABC del arte de la política. Simplemente estaba más cómodo en las farras de los noventa que en la densidad histórica de la América latina del siglo XXI. Como a él le tienen que “soplarˮ, supone que a los jóvenes de La Cámpora o del Movimiento Evita y otras agrupaciones también “les soplanˮ. Les soplan los perversos que quieren hacer de ellos otra cosa de lo que deberían ser. Y ellos (al ser ya eso que no “deberían serˮ, al haber sido sometidos por el Mal) les “soplanˮ a los otros niños lo que a ellos les soplaron, tratan de convertirlos en lo que ellos son, tratan de infiltrarse en sus mentes.
La palabra infiltración es la palabra fundante de la derecha, sobre todo en el campo de la educación. Cuando en 1976 mataron a los curas palotinos de la iglesia de San Patricio, los carniceros escribieron en las paredes: “Esto les pasa por envenenar las mentes de nuestros jóvenesˮ. Uno se pregunta: ¿no harían lo mismo si pudieran? Posiblemente sí.
La derecha es tan cruel como cada coyuntura se lo permite.
Ya habrá algún organismo que tiene bien anotados en un fichero infame los nombres de los que tratan de robarles lo que “esencialmenteˮ les pertenece: la Patria, que es “la casaˮ. Y si algo quieren es eso: que no les tomen la casa.
Tratemos de que el pibe entienda. Oesterheld, salvando las terribles barreras ideológicas, fue, para mi generación, nuestro Walt Disney. Sólo que no era macartista, ni la jugaba para el lado del imperio. Fue alguien que deslumbró, que iluminó nuestra imaginación, que la disparó hacia lo infinito.
Me inscribí en una Escuela de Dibujo, a los seis o siete años, para poder dibujar un Sargento Kirk. Podría dibujarle al joven Macri un Súper Ratón en tres minutos, así se entretiene con héroes que le seguirán gustando, ya que puede entender sus adorables andanzas pero no las de Juan Salvo. No se preocupe: a mí también me gustan, ya que nunca dejaré de ser un niño. Pero además de serlo crecí, sufrí, me hice hombre y nunca olvido, sobre todo, a Juan Salvo y sus compañeros.
Primero me enamoré del Sargento Kirk, un desertor del Séptimo de Caballería que tomaba una decisión que marcaría su vida: elegía estar con los indios y no con su ejército. Elegía estar del lado de los indios. Eso nos enseñó Oesterheld: a estar del lado de los indios, de los que siempre pierden, de los desplazados, de los masacrados, de las víctimas.
“Sólo una historia merece ser escrita: una que siempre mire desde el lado de las víctimasˮ.
Hacia fines de los cincuenta en Hora Cero aparece El Eternauta. La historieta era más que novedosa. Ante todo, sucedía en nuestro país, en Buenos Aires. Por esos años estábamos también subyugados por las revistas mexicanas. Que copiaban a las de EE.UU. y traían a los personajes de los dibujos animados. Pero esto era distinto, otra cosa. Era una historieta “para grandes”. Oesterheld ya nos sentía crecidos. Y nos largaba El Eternauta para que entendiéramos las asperezas de la vida. Juan Salvo juega al truco con sus amigos en la buhardilla de su casa. Empieza a nevar. Esa nevada mata.
En 1982, en SuperHumor, escribí una nota que se llamaba “La nieve de la muerte cae para todos”. Ya identificaba a la nevada asesina con la dictadura de Videla.
La nieve que empieza a caer en marzo de 1976 cae para todos y a todos mata. No pregunta, asesina. No hay justicia. Ni para los indios que eligieron pequeños caciques que se fueron a pelear desde la distancia. Ni para los indios que murieron en insensatas contraofensivas que los soldados de la caballería enemiga, racista y criminal exterminó de la peor manera. Ni para los indios que no teníamos caciques, pero tampoco paz. Porque estábamos en el país de la muerte. Ese país era el de nueva nevada. Todos los que la nieve mataba eran inocentes. Porque la nieve asesina no preguntaba, no tenía ni respetaba leyes; culpables eran todos. Mataba sin juicio previo. Sin fiscales ni defensores. Y los indios que caían no regresaban jamás. Sus familias pedían por ellos y nada. No había un cuerpo sobre el que llorar. Una tumba donde ofrecerle reposo y llorarlo y hasta rezarle o hablarle, locamente hablarle.
Así se fue Oesterheld. Se lo llevaron, lo desaparecieron. Y a sus cuatro hijas: Beatriz (19 años), Diana (24), Estela (25) y Marina (18). En cautiverio, se dice le mostraron, con macabra prolijidad, las fotos de los cadáveres de sus cuatro hijas. ¿Cuánto tiene que sufrir un hombre? ¿Cómo la bestialidad humana, el asqueante sadismo, el placer por el dolor del otro, pueden llegar a atrocidades tan inconcebibles?
El Eternauta es, para nosotros, el símbolo del héroe que lucha junto con sus amigos contra la Muerte. Luego conocimos esa Muerte. La padecimos. Perdimos amigos. Familiares, muchos se fueron. O fuera del país o arrojados vivos al Río de la Plata, cuyas aguas, desde entonces, son símbolo de la muerte.
Los hijos de nuestra generación encontraron un político que les pareció primero confiable, luego querido y después se les murió. Ese político el 25 de mayo de 2005 dio un discurso y la televisión lo tomó en primer plano y detrás de él estaba... ¡la madre del Eternauta! ¿Puede creerlo, pibe? Estaba Elsa Sánchez de Oesterheld, que lloró a su marido, que lloró a sus cuatro hijas, a un yerno y a un nieto. Estaba porque ese político sabía quién era. Nadie, ningún periodista, al día siguiente, sacó una nota sobre el hecho. No reconocieron a Elsa. Yo sí, y seguramente otros también. Publiqué al día siguiente una contratapa que se llamaba: Elsa en el palco del 25. Vea, pibe, si de ahí, al menos inconscientemente hubiera surgido un empujón, aunque pequeño, que llevara –con justicia– a identificar a ese político con El Eternauta estaría tan orgulloso que el corazón me golpearía el pecho como un caballo desbocado. (¿Sabe la fuerza, la potencia de un caballo desbocado? Pregúnteles a sus amigos de la Sociedad Rural, que tanto bendijo el golpe que nos llevó a Oesterheld.)
El Eternauta fue el símbolo de mi generación, de esa “generación diezmada” que Kirchner mencionó en su primer discurso, y los jóvenes de hoy lo saben y han decidido que también sea el de ellos
El símbolo de la lucha por un país más justo, más libre, más democrático, que respete de una vez para siempre a todos los indios, a todos los morochos y a toda la buena gente. Ese es el mensaje. Eso significa el tan temido Nestornauta.
Nada mejor que ese mensaje de vida y de respeto por el otro. Y de amor por la política como medio de transformar un mundo a todas luces injusto y de transformarlo sin violencia. Y con respeto por los otros y por la igualdad, por la justicia, por el mundo de los héroes anónimos pero unidos, por los héroes como El Eternauta.
Ojalá estas líneas sirvan para que usted comprenda a los jóvenes de hoy, que no son los que están de su lado. Aunque, tal vez, hasta ellos entiendan y se vengan para aquí, para el lado de los indios, de los hijos de las víctimas. De Oesterheld.